Sobre el padre no biológico de Nicolás Alvarado

En los próximos días publicaré en El Horizonte una interesante charla con Nicolás Alvarado, buen amigo mío y uno de las mentes más lúcidas y demoledoras del paisaje intelectual en México. 

Nicolás no fue hijo biológico de Miguel González Avelar, pero este distinguido político de la vieja escuela lo trató con un cariño paternal profundo. 

Hace años leí muy ameno libro coral, coordinado por su viuda, Tere Vale y editado por Porrúa: “¿Yo soy? Eso no sé” formado por ensayos, artículos y crónicas sobre la trayectoria política y literaria de González Avelar. 

A don Miguel lo recuerdo muy activo en casa de María Elena Chapa, entonces senadora, fumando un puro, mientras sus amigos de generación se tumbaban en silla de ruedas a esperar la muerte. 

González Avelar fue Secretario de Educación en los ochenta, con su gran amigo el Presidente Miguel de la Madrid, y hasta fue candidateado “para la grande”. 

En casa de María Elena los amigos cercaban a don Miguel para escucharle sus historias bien narradas. 

Contaba que cuando tenía poder los dirigentes sindicales lo reverenciaban. Más porque el anterior secretario había sido Reyes Heroles padre a quien los del SNTE le decían el “Rey Heroles” por eso de que se comía a los niños y le puso de apodo a la dependencia “el elefante reumático”. 

Don Miguel, en cambio, era más civilizado, prodigaba buenas manera y sustituyó a don Jesús cuando éste murió de un cáncer de próstata.

Los amigos de don Miguel, que escriben sobre el difunto en este libro bello, se le acercaban atentos en casa de María Elena para que les platicara anécdotas sobre el valor de la amistad: “¿Saben por qué el poeta Salvador Díaz Mirón fue tan amigo del Victoriano Huerta al grado de que el primero decía que cuando el sátrapa fue a visitarlo al periódico Imparcial, “dejó tras de sí una estela de rosas”? ¿Lo corrompió con dinero? 

No, lo corrompió con la amistad: Huerta era su amigo porque cuando don Díaz Mirón estuvo cuatro años en el bote por asesinato, el Chacal lo frecuentaba cada fin de semana”.

Lo que no explica la anécdota es por qué también el joven Alfonso Reyes viajara a Europa auspiciado por el usurpador, igual que a París se fue de embajador José Juan Tablada, mejor poeta que don Salvador (por sus haikús). 

Y si el abuelo de Octavio Paz no entró una década antes al gobierno de don Porfirio fue porque en un duelo mató al hermano de su amigo Justo Sierra, Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes.

Los intelectuales amigos del “Príncipe en Turno” forman legión: igual Agustín Yáñez tragó sapos con Díaz Ordaz (aunque el político nunca consideró de verdad un amigo al novelista). 

Y Carlos Fuentes fue el mejor amigo de Echeverría (“antes él que el fascismo”), Aguilar Camín lo fue de Salinas (del que luego renegó) y Jorge Castañeda (que no escribe novelas pero como si lo hiciera) del nada académico Vicente Fox.

Allá por los noventa, don Miguel escribió una novela en forma de palíndromas y una editorial privada se la publicó, cosa que no sucedió, en cambio, con las tradicionales Memorias oficiales de su paso por la SEP. Así que no hay registro histórico de lo que realizó por la educación este ilustre mexicano. 

¿Mi conclusión sobre esa reunión nostálgica de don Miguel en casa de María Elena Chapa? Los amigos son el aura encantadora de la complicidad. Con ellos uno se fuma un puro, y se les lleva a pasear en sillas de ruedas. 

Ya se sabe que ser cómplices es un sentimiento más fuerte que el amor. Recuerdo a don Miguel riendo como un beato, esperando que el paraíso fuera una sala de amigos donde los libros se lean igual al derecho que al revés. 

Quizá en ese paraíso vive ahora don Miguel fumando sus Cohiba.