Cómo enseñar la importancia de los valores democráticos en la escuela

Vivir en un país con un régimen político democrático, en el que las leyes se aprueban en el parlamento después de debate y discusión sobre sus contenidos por parte de los representantes libremente elegidos por el pueblo, puede haberse convertido en algo tan obvio y cotidiano que hemos dejado de tener conciencia de la importancia que tiene este hecho. Parece como si la democracia estuviese aquí desde siempre y para siempre, y que ya no hubiese posibilidad de retroceso.

Pero, desgraciadamente, tenemos suficientes ejemplos históricos de países democráticos que acabaron en dictaduras –España, Alemania, Italia, Chile, Venezuela, entre otros– que muestran cómo esa posibilidad es real. La estabilidad de los sistemas democráticos requiere de ciudadanos cívicos, concienciados de la valía de sus instituciones y que participen en las mismas activa y responsablemente.

Las democracias retroceden en el mundo

Recientes informes como el del V-Dem Institut señalan el debilitamiento de las democracias en el mundo durante la última década. En estos momentos, unos 5 400 millones de personas del planeta (el 70 % del total) viven bajo regímenes políticos dictatoriales. Esto supone un retroceso significativo respecto a la década anterior, en la que el 50 % de la población vivía bajo regímenes políticos democráticos.

Países de nuestro entorno cultural como EEUU o Brasil han sufrido retrocesos democráticos bajo los mandatos de Trump o Bolsonaro, que se han resistido o negado a reconocer la victoria electoral de sus oponentes y propiciado, por acción u omisión, el asalto a sus respectivos parlamentos.

Afortunadamente las instituciones democráticas han aguantado el envite, pero hemos estado a punto de que se produjese un retroceso en países con democracias consolidadas, especialmente en EEUU, que es la cuna de la democracia moderna.

Se ha acuñado el término Democracia Iliberal para designar a aquellos países en los que, aún habiendo elecciones regulares, carecen de las libertades fundamentales como las de expresión, reunión, asociación, etc.

La evolución social-moral de Habermas

Tal y como plantea el filósofo Jürgen Habermas, en lo que se conoce como la teoría de la evolución social–moral, las sociedades avanzan tecnológicamente y también éticamente a lo largo de la historia.

Pero, así como los avances tecnológicos son irreversibles, los avances éticos o morales se pueden revertir.

Es comprensible que nadie quiera volver a un móvil o a un coche de los años noventa por cuestiones utilitarias, salvo coleccionistas o nostálgicos. Pero no podemos decir lo mismo de los avances éticos o morales.

Tensión educativa

Por ello, Habermas plantea que es necesario mantener la “tensión” educativa sobre los valores democráticos en el día a día, si no queremos que se produzcan retrocesos en este ámbito tan fundamental para nuestras vidas. Tener instituciones democráticas fuertes y consolidadas es importante, pero no podemos fiarlo todo a las mismas.

Tenemos que hacer una apuesta fuerte por la educación, pues es la conciencia democrática de un pueblo la que mantiene viva la democracia, por encima de las instituciones.

Son los agentes sociales, los medios de comunicación y, sobre todo, el sistema educativo los que tienen que educar en los valores democráticos: libertad, respeto, tolerancia, justicia, sentido crítico, solidaridad, alternancia pacífica en el poder, etc.

¿Cómo realizar la educación en valores?

La educación de la persona es una cuestión más práctica que teórica, y esta máxima se puede aplicar perfectamente al ámbito de la educación en valores, que no puede limitarse al aprendizaje de conceptos teóricos sobre lo que son los valores o a una simple reflexión sobre situaciones concretas u abstractas.

Es importante que en las escuelas e institutos se estudie la valía y la superioridad ética y práctica de los sistemas políticos democráticos, pero el alumnado también debe practicar los modelos democráticos en el aula.

Se pueden realizar debates sobre temas controvertidos, discusiones de dilemas éticos, asambleas de aula donde se discutan y se voten los temas fundamentales, donde aprendan que el razonamiento y la argumentación es la única “arma” válida para convencer y expandir nuestras ideas y propuestas.

Para ello deben existir asignaturas como Educación para la ciudadanía, Educación ética, Educación en valores cívico–sociales, o como la queramos llamar, en las que se enseñen los valores fundamentales, los derechos y deberes de los ciudadanos, la democracia, la constitución, la alternancia en el poder como valor fundamental de la democracia.

En la mayor parte de los países europeos y latinoamericanos la educación en valores forma parte del currículo escolar, atendiendo a dos de los cuatro pilares de la educación que ya formuló Jacques Delors en los años ochenta: aprender a convivir y aprender a ser.

En el ámbito latinoamericano se pone más el acento en derechos humanos, medio ambiente, educación del cuidado, diversidad y pluralismo mientras que en el contexto europeo nos centramos más en la educación para una ciudadanía activa y responsable

La formación del profesorado

Pero también es importante tener un profesorado bien formado que sepa enseñar estos valores en cualquier asignatura o momento en que se presente la oportunidad de hacerlo, ya sea como tema transversal, en el contexto de una asignatura específica o como temas integrados en otras asignaturas.

El profesorado debe conocer las técnicas que han demostrado su eficacia para el aprendizaje de valores, como las de clarificación de valores, de desarrollo del juicio moral, de educación del carácter, el aprendizaje-servicio, etc.

Y, sobre todo, debe estar dispuesto a planificar las acciones educativas con el conjunto de los profesores y profesoras que educan a un grupo de alumnos y alumnas, pues la educación en valores no se resuelve en la individualidad, sino en la colectividad. 

Cruz Pérez Pérez, Catedrático del departamento de Teoría de la Educación,

Universitat de València

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

El Economista