Mario Moya Palencia: novelas de un político jubilado 

Estaba yo recién avecindado en México. Mario Moya Palencia, cuya única mención actual de su nombre es su lápida en el panteón, tenía años retirado de la grilla y se había consagrado a la virtuosa afición de escribir novelas, otra manera de dedicarse a la dicha inicua de perder el tiempo.

Yo trabajaba en Gobernación y en una de tantas me recibió en su casa. Don Mario me platicó bagatelas sobre su novela “El zorro enjaulado”, dedicada a Miguel Hidalgo y para su sorpresa le hice una crítica más o menos elogiosa. «Pues qué bueno porque la verdad pensé que nadie había leído mi libro». 

Le contesté que no pecara de humilde: «Mire, don Mario, con el respeto que me merece, su libro es bueno y además pagó un tiraje tan grande que por más que uno cierre los ojos se lo topa en todas las librerías de México».

Y para demostrarle que no acostumbraba yo ser palero (casi nunca) de políticos devenidos en escribidores, le dije que las novelas de Miguel Alemán Valdés, por poner un caso señero, eran como patadas de mula en salve sea la parte, y que aquella sobre el héroe sin cabeza era el peor bodrio que yo había leído en décadas, aunque luego la hicieron película y todo con Rafael Inclán de protagonista.

Don Mario era muy simpático y locuaz, que es la personalidad que toman los hombres fuertes del régimen cuando los sacan del poder. 

Pero pudo haber sido muy buen presidente de México no por culto (López Portillo lo fue y miren como nos fue) sino por inteligente (aunque su esposa lo puso en aprietos varias veces como cuando salió de bastonera en minifalda en un desfile del 1 de Mayo). 

Pero bueno, a estas alturas cualquier pendejo puede ser mandatario. Antes era lo mismo, pero se notaba menos.