Moraleja del Jeep Wrangler hundido en Avenida Vasconcelos 

Señal distintiva de la clase media (y alta) es tener un carro. Pero la gente de bajos ingresos en Nuevo León también compra carros. ¿Esto es bueno? 

Ayer por la tarde arreció la lluvia y las vialidades en Monterrey se volvieron un caos. Entonces uno descubre que un carro es un bien no exclusivo para un estrato social determinado. 

Por culpa del pésimo transporte público que nos obliga a buscar alternativas más rápidas (aunque más caras), o porque a todos nos gusta conducir para presumir (el deporte de la vanidad lo practicamos a diario los regiomontanos), el uso de vehículos propios ha crecido exponencialmente en los últimos años en el Área Metropolitana de Monterrey. 

En fin. El punto es que ayer llovió a cántaros y quienes somos prudentes (o cobardes, da lo mismo), le aflojamos al acelerador. Un traslado de 20 minutos se nos convirtió en una hora y media, sobre avenida Vasconcelos, en el municipio de San Pedro. 

La situación empeora siempre para quienes somos medio cegatones y asumimos nuestra condición de versiones opuestas a Fittipaldi o Ayrton Senna. La velocidad es mala consejera lo mismo en un vehículo como en una cama. 

Si los lectores de esta columna son también lectores de libros (procuren hacer lo segundo y evitar lo primero), manejar a paso de tortuga es un instrumento de tortura para nosotros. Imposible manejar y leer al mismo tiempo. 

Así que un consejo les doy: quienes puedan, cómprense un celular. Quienes puedan, cómprense un carro con bluetooth. Y quienes puedan, cómprense una plataforma de audio-libros. 

Podrán escuchar un buen libro mientras conducen su carro, en vez de escuchar a Rosalía o a Bad Bunny (bendito es el silencio). 

Ayer escuchaba mientras conducía mi modesto carro el audio-libro “La trampa de la inteligencia”, de David Robson, y al momento comprendí por qué la mayoría de los carros descompuestos en los pasos a desnivel encharcados, son carros de lujo en vez de carros baratos (como el mío). 

David Robson lo explica de la siguiente forma: “Un coche de lujo puede llevarnos a un lugar más rápidamente sólo si sabemos usarlo correctamente. Pero el mero hecho de tener más caballos de fuerza no nos garantiza que lleguemos sin problemas a nuestro destino. Si no se sabe conducir correctamente, cuanto más veloz sea el motor, más peligrosos seremos”. 

Un kilómetro más adelante de escuchar este pasaje del libro de David Robson la casualidad me confirmó la tesis del escritor: en mitad de la tormenta, un Jeep Wrangler, potente, poderoso, reluciente, se subió a un camellón sobre Avenida Vasconcelos y cayó en un pozo inundado. 

Mi carrito modesto pasó a un lado del Jeep y yo creí que le decía: “colega Jeep, más sabe el carro por prudente que por diablo”. Es decir, quien tiene un vehículo de lujo, cree que puede darse también el lujo de ser imprudente. 

Hoy mi carrito prudente amaneció en mi cochera y el Jeep imprudente en el corralón.