¿Qué opinaba la reina Isabel II de los mexicanos? 

En México, el desembarco de monarcas suele ser desafortunado. Maximiliano y Carlota llegaron al Puerto de Veracruz, en la fragata imperial Novara, el 28 de mayo de 1864. 

El muelle olía a podrido, el calor era sofocante y las damas de su corte en México no llegaron a la recepción oficial por miedo al contagio del vómito negro, es decir, la fiebre amarilla. 

Los veracruzanos vieron al Emperador y a la Emperatriz con tanta indiferencia que Carlota se puso a llorar. “Es que no nos conocen” dijo Maximiliano, explicando el desdén popular con una obviedad. En efecto: no los conocían. 

Muchos años después, otro monarca, el rey Juan Carlos, tuvo un grave problema porque conoció al mexicano Allen Sanginés-Krause, quien le regaló una tarjeta de crédito ilimitada y ahí comenzaron los problemas que sufre Don Juan Carlos hasta la fecha con la Hacienda española. 

A la reina Isabel II tampoco le fue mejor en su arribo a México. Vino en dos ocasiones junto con Felipe, Príncipe de Gales: en 1975 y en 1983. 

La primera vez no pudieron  desembarcar en Puerto Morelos, Quintana Roo, porque una tormenta tropical por poco les hunde el Britannia, su yate real y literalmente hizo volar por los aires la ceremonia de recepción. 

Acabaron recalando en la isla de Cozumel. Cuentan que la reina Isabel estaba muy molesta y el Príncipe Felipe por el contrario lucía feliz porque le encantaba vivir experiencias fuertes en pueblos exóticos y salvajes. 

No hay anécdotas qué narrar de la reina Isabel II en México porque casi nunca se salía de los protocolos reales. Yo creo que la mejor biografía de Isabel es el Manual de Etiqueta de la Casa Windsor. 

Comoquiera, la monarca se la pasó a todo dar en su visita a México, sobre todo la primera vez, porque gobernaba Luis Echeverría, quien, como todos los presidentes mexicanos, se creía Emperador, aunque se dijera de izquierda, y echó la casa por la ventana para agasajar a su “colega” monárquica. 

Echeverría llevó a su distinguida invitada (no podía ser de otra manera) a Teotihuacán donde recorrieron la Pirámide del Sol, una especie de Palacio de Buckingham, en modo mesoamericano. 

Muchos historiadores dicen que Maximiliano era un monarca liberal, que es como hablar de un regiomontano caribeño. 

La misma contradicción pasa con Isabel II. Nunca reflejó ninguna tendencia ideológica evidente, pero su trato con la conservadora Margaret Thatcher siempre fue tirante (la reina sólo tuvo un gesto de amabilidad con la Dama de Hierro cuando sus propios compañeros de partido la corrieron como Primera Ministra). 

En cambio, Isabel II fue un poquito amable (que en ella ya era mucho decir), con el Primer Ministro Clement Attlee, socialdemócrata. 

Attlee pudo haberse parecido a Luis Echeverría aunque sin tendencias autoritarias, represivas ni intrigosas, así que no se parecía en nada a Luis Echeverría. 

Otro Primer Ministro de extracción  laborista, Tony Blair, se esmeró en aparentar que influía en la reina, sobre todo en mediación de crisis, y se jactó de haber resuelto el conflicto que provocó en el Palacio de Buckingham la muerte de Lady Di (hasta películas patrocinó el pobre de Blair para difundir su hazaña), pero la reina nunca le tributó ningún gesto especial. 

En realidad, Isabel II nunca contradijo con nadie la célebre frase de James Bond: “Al servicio de su Majestad”. Por cierto, coincidencia curiosa que el Agente 007 estuviera sirviendo a una monarca cuyo reinado duro 7 décadas. Un homenaje del azar. 

En fin, termino con la pregunta previsible: ¿qué opinaba la reina Isabel de los mexicanos? Nunca lo sabremos. La reina era hermética. Toda una efigie. 

Una vez dijo: “Los mexicanos son alegres”, lo que me hizo recordar una frase similar de Juan Pablo II: “los mexicanos saben cantar”. Ambos diagnósticos destilan cierto matiz irónico, al menos para los mal pensados como yo. 

Otro indicio sobre la verdadera opinión de Isabel II sobre los mexicanos podemos destilarlo de un hecho que casi pasó desapercibido para todo mundo. 

En una visita que hizo el príncipe Carlos a la Ciudad de México, el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari le ordenó al regente Manuel Camacho Solís que atendiera al invitado real. 

Iba Camacho con el Príncipe en un vehículo oficial, rumbo a Los Pinos, cuando a lo lejos divisaron una de las típicas protestas de maestros. Entonces Camacho comentó para lucirse: “lo siento, su Alteza, pero tengo que dejarlo para resolver esta crisis”. 

Dicen que el Príncipe Carlos a su regreso a Inglaterra, le contó la anécdota a su madre, la reina Isabel II, en una cena en el Palacio de Balmoral (Escocia). 

La reina solo respondió con una sonrisa: “supongo que tu anfitrión se bajó del coche. Vaya gente”.