Colosio y Bailey: la superstición de los apellidos

Hoy rendirá su primer informe de gobierno el alcalde de Monterrey, Luis Donaldo Colosio. No fui invitado a la ceremonia que se celebrará hoy a las 8:00 pm en la Escuela Superior de Música y Danza (un edificio que a mi me fascina por muchas razones culturales), ni siquiera cuando dicho evento iba a ser masivo en el Pabellón M (sede inicial). Sus motivos tendrán. Comoquiera de alguna u otra manera me enteraré de lo que informe (o no) el joven Luis Donaldo. 

Lo cierto es que a mi tanto como a mis lectores nos intriga lo que informará el alcalde de Monterrey, especialmente porque no ha difundido casi ninguna de las acciones de su administración. ¿Por qué? Quién sabe. El evento de hoy pueden resarcir en parte esa magra difusión de resultados. Lo esperamos todos de muy buena fe. 

Me dicen algunos enterados que la nula difusión se debe a que Colosio no quiere meter la pata y se está reservando para futuras encomiendas electorales como la de ser candidato presidencial (yo lo veo poco factible) u ocupar el segundo lugar de la fórmula para el Senado, encabezada (hasta ahora todo es especulación) por ese fenómeno de las redes sociales llamado Mariana Rodríguez. 

Sin embargo, atender los graves problemas que aquejan a Monterrey, como el asunto de las edificaciones que se construyeron sin factibilidad de agua, no pueden postergarse. Y aquí no cuentan los apellidos como medio milagroso para arreglarlos. 

En Nuevo León somos muy dados a valorar a un hijo por los aciertos o desaciertos de sus padres. Esa mala costumbre no debe seguirse. De hecho, las nuevas generaciones de nuevoleoneses (y de sonorenses como es el caso particular de Colosio) no pierden el tiempo y menos la cabeza por dichas supersticiones de llevar tal o cual apellido. 

Y ya que toco este tema que yo he denominado “la superstición de los apellidos” daré otro caso curioso a mis lectores.Un extraño ataque ha cundido en ciertos grupos de WhatsApp (a los que los vecinos de San Pedro son tan afectos): se trata de criticar recientemente a uno de los colaboradores más cercanos y también más preparados de Valeria Guerra, la segunda de a bordo del alcalde de San Pedro, Miguel Treviño. 

Me refiero a Eduardo Bailey Treviño, joven abogado con una mente muy bien amueblada. No lo acusan de nada en especial. No le critican su desempeño como consultor de Valeria Guerra (me consta que es un litigante altamente responsable y extremadamente profesional). No lo acusan de nada más que de ser hijo de Eduardo Bailey. ¡Háganme ustedes el favor! 

Mis lectores podrán recordar que en una emisión de mi programa televisivo “Charla con Eloy Garza”, Eduardo Bailey padre, demostró que las acusaciones en su contra fueron armadas dolosamente por la gente de Jaime Rodríguez “El Bronco”. En suma, le inventaron a Bailey una bola de delitos para quererlo encarcelar. Eduardo enseñó al aire pruebas y documentos reservados. 

Solo, enfrentado al poder del Bronco, que en su momento fue enorme, Eduardo Bailey se defendió por años, gastó parte de su patrimonio personal en un largo y penoso litigio y al cabo de varios años fue totalmente exonerado. 

Pero esta exoneración no debe distraernos del tópico principal: ¿qué tiene que ver finalmente Eduardo Bailey hijo, con el juicio que vivió su padre? ¿A cuento de qué se le relaciona a un hijo con lo que haga o no haga su progenitor? ¿No son cosas independientes? 

No permitamos que en WhatsApp y en ningún otro espacio público se condene a nadie porque es hijo de fulano o sutano. Cada quien se forja su propio destino y la corona que uno se labra, esa se pone. Acabemos de una vez por todas, con la superstición de los apellidos.